Resumen: La escritura estuvo siempre presente en la aventura espiritual de S. Agustín. Primero la consideró como el lugar donde podía hallar lo que anhelaba. Luego, como objeto de crítica. Finalmente como la solución de sus problemas. Con mayor razón, una vez convertido, pasó a formar parte de su existencia: alimento para su espíritu, nutrición para su plegaria.
Sólo leyendo sus obras se puede percibir la centralidad que otorgaba a la Escritura en la vida cristiana. Decir que la Palabra de Dios era para él, más que un tópico, una realidad vivida y predicada. El se sirve de abundantes imágenes para explicar lo que ella significa para el cristiano y estimular su amor. La considera como el monte de donde nace el riachuelo de la predicación; como una carta que Dios nos envía desde la patria a que caminamos, invitándonos a alcanzarla y mostrándonos el camino. Es en ella donde el hombre sigue oyendo la voz de Cristo.
La Escritura es autoridad firmísimo para el polemista y apologista. Es verdad suavísima para el teólogo y el místico, acomodada a las capacidades de cada uno. Y el predicador la ofrece a sus fieles oyentes, como manantial abundante para el sediento, alimento sabroso para el hambriento, medicina para el enfermo, lluvia para quien tiene el corazón seco, lámpara para quien camina en la noche de este mundo, regla para el torcido, espejo en que poder mirarse con la certeza de que dirá la verdad porque no adula a nadie, documento que proclama el fin de de la cautividad, libro para el ignorante. Imágenes de las que resulta en la Escritura el hombre halla todo aquello que el creyente necesita en esta peregrinación que es su vida.
La Biblioteca de Autores Cristianos y la Federación Agustiniana Española tienen la certeza de prestar un verdadero servicio a la piedad y teología cristianas, al ofrecer a sus lectores la reflexión agustiniana sobre la Escritura, aunque no todo lo que expresa el Santo sea hoy asumible, pues el tiempo su factura.

Contenido: XXVIII. Escritos bíblicos (4°)