Llegó a nuestras manos un nuevo libro del historiador Michel Antochiw, dedicado al estudio de los viejos cañones que alguna vez, desde lo alto de los baluartes de nuestras ciudades fortificadas, hicieron oír sus profundas voces en defensa de nuestro honor, de nuestras vidas y de nuestro patrimonio.
Estos vetustos y herrumbrosos cilindros metálicos, rotos y casi desintegrados, que yacen ahora en sus camas de orín de hierro como tristes cadáveres de las glorias pasadas, fueron, sin embargo, el último amparo tras el cual se refugiaron los sueños de aquellos que en ellos depositaron sus esperanzas.
Larga es la historia de esta arma a la que, como el autor nos lo hace recordar, algunos atribuyen un papel más importante en la evolución de la sociedad humana que el de la imprenta. Fueron los cañones los que derrumbaron, junto con los macizos muros, la vieja sociedad medieval, obligando a los señores feudales a refugiarse en las cortes reales, permitiendo que los dominios del monarca se extendieran hasta constituir los países que hasta el presente existen.
Gracias a la Artillería Ja metalurgia y la fundición encontraron un vasto e inagotable campo de desarrollo que condujo al descubrimiento del acero y de los altos hornos sin los cuales la tecnología y la ingeniería moderna no existirían.
Así mismo, la fabricación y el perfeccionamiento de las características de la pólvora, coadyuvó al desarrollo de la química, una de las ciencias más importantes de la actualidad.
Finalmente, la balística, arte que consiste en calcular la dirección y alcances de los proyectiles, dio un nuevo y gigantesco impulso a la geometría de Euclides y que con Niccolo Fontana, llamado Tartaglia, se aplicó a la Artillería y al desarrollo de la geometría en el espacio y abrió el camino a la era moderna de los cohetes y de la exploración del espacio.
El cuerpo de Artillería fue siempre considerado como un Cuerpo Técnico, debido a los estudios, entrenamiento y conocimientos especializados necesarios para ser artillero, o sea, para encargarse de la operación de una pieza, de una batería y de los peones que la sirven.
El libro que aquí se presenta, nos ofrece la historia de la evolución de la Artillería, desde las primeras piezas forjadas y labradas a martillo, conocidas como bombardas, hasta las bellas piezas de bronce ornamentadas, verdaderas obras de arte de la fundición del siglo XVIII, que adornan ahora los más distinguidos museos.
Con este primer tomo de la obra de Antochiw, dedicado a la Artillería de Bronce, aprendemos a respetar lo que todavía queda de nuestro patrimonio artillero y nos alegramos cuando, al atardecer, observamos los viriles perfiles de nuestros cañones, apuntando siempre al enemigo.