Barcos y corsarios campechanos : el despertar de la Marina Nacional / Michel Antochiw.
By: Antochiw, Michel.
Material type: TextSeries: Colección Campeche ; 22.Publisher: Campeche, Campeche : Gobierno Constitucional del Estado de Campeche, 2003-2009, 2008Edition: 1a ed.Description: 235 p. : il. ; 26 cm.ISBN: 968-5400-71-7.Subject(s): Marina -- México -- HistoriaLOC classification: VA 403 | .A58Item type | Current location | Collection | Call number | Copy number | Status | Date due | Barcode |
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Libros | UMSA Plantel Reforma | Acervo general | VA 403 .A58 (Browse shelf) | 1 | Available | 000019679 |
EL CORSO ESPAÑOL, campechano en nuestro caso, se desarrolló desde las últimas décadas del siglo XVII hasta pasados mediados del siglo siguiente. Por falta de naves en la Armada Real, la lucha contra los enemigos, piratas y corsarios, estaba a cargo de la población misma que, con sus propios recursos, defendía su vida, su hacienda y su territorio.
Sin embargo, la lucha en mar y tierra contra un enemigo entrenado y capacitado en el uso de las armas resultaba desigual, por lo que debió recurrirse a formas de combate colectivo todavía incipientes, organizadas en cuerpos cuyas funciones debían sustituir el desordenado conjunto de enfrentamientos individuales. Este semiprofesionalismo involucró a representantes de diversas clases sociales: desde inversionistas o empresarios hasta simples individuos de las clases populares, que debían colaborar con marinos e infantes de los presidios en el arte de una guerra que con frecuencia no les era muy favorable.
Con raras excepciones, los corsarios españoles —ya que en la América virreinal todos los sujetos de la corona eran españoles— formaban cuerpos realmente entrenados y dedicados al combate, cuya experiencia involucraba tanto el conocimiento de la náutica y de la navegación como el de las técnicas artilleras y de abordaje y el combate cuerpo a cuerpo. Con el tiempo, algunos marinos adquirieron en la práctica los rudimentos del arte de la guerra y solicitaron y obtuvieron por sus méritos, el título de Capitán de Mar y Guerra, o sea con la facultad de ejercer tanto el mando de la marinería como el de la infantería durante los enfrentamientos, con los mismos privilegios legales que los oficiales de la Armada.
Estos capitanes de mar y guerra estaban generalmente al servicio de los empresarios armadores, aunque algunos actuaban por su propia cuenta con tripulaciones escogidas y entrenadas por ellos mismos. Debían solicitar la patente que los autorizaba a combatir en nombre del Rey y que les daba circunstancial y provisionalmente, el derecho de perseguir, combatir y apresar al enemigo. Eran corsarios —como también sus adversarios— y combatían sin sueldo, con el solo aliciente de las presas que lograban arrebatar y cuyo monto al ser vendidas en almoneda pública, era repartido entre los armadores, el barco y los corsantes.
Al lado de esta forma tradicional del corso, casi profesional e independiente, se desarrollaron en América otras más adaptadas a la realidad local. Los puertos como Campeche requerían de una protección permanente, por lo que las Cajas Reales, casi siempre en quiebra, buscaban adquirir o construir y armar naves guardacostas, pertenecientes por lo tanto al Rey, cuyo mando era asumido por oficiales experimentados y tripulaciones asalariadas, frecuentemente en número insuficiente para formar la dotación en cuyo caso debía completarse con marinería voluntaria. Para el combate, los guardacostas contaban con la infantería del Presidio. Aunque sólo la marinería era voluntaria, en el reparto de las presas todos recibían la misma parte como incentivo para cumplir mejor con su misión, después de restar la parte correspondiente al Rey que desde 1705, era de los dos quintos del monto total. En este caso de los guardacostas, el Rey tomaba el lugar de los armadores.
Finalmente, cuando el caso así lo requería, se formaban armamentos o armadas de carácter mixto, donde al lado de los buques de la Armada de Barlovento por ejemplo, combatían naves guardacostas y naves corsarias.
Así de hecho, la defensa tanto terrestre como marítima del territorio americano en general y de Campeche en particular, estuvo durante casi todo el período colonial a cargo de los corsarios o corsantes quienes combatían tanto a los piratas y contrabandistas como a los corsarios de otras naciones que, como los de aquí, cumplían una tarea, estratégica cuando sus naciones estaban en guerra con España.
La historia del corso campechano, o sea de la etapa formativa de la marina nacional mexicana, se divide en dos grandes periodos que corresponden a los de la lucha en contra de la presencia inglesa en la región. El primer período concluye con la expulsión definitiva de los cortadores de palo de tinte de la Laguna de Términos por Alonso Felipe de Andrade en 1716-1717 y el segundo empieza con la presencia de los mismos en las Cocinas, como se nombra en los documentos de la época a lo que ahora corresponde al territorio de Belice. En este último caso y debido a la lejanía, los guardacostas raras veces participaron en los enfrentamientos, excepto cuando formaron parte de los armamentos. La lucha contra el enemigo estuvo casi siempre a cargo de corsarios independientes que utilizaban como base de sus operaciones la Laguna y Puerto de Bacalar, aunque las decisiones estratégicas, así como las tripulaciones, provenían de Campeche a donde eran llevadas las presas logradas en las costas de Belice.
Estos dos periodos constituyen las dos partes de este trabajo.
El corso tuvo en Campeche una gran importancia social y económica y muchos campechanos prominentes tuvieron una participación directa o indirecta en el mismo. Para las clases populares fue un medio atractivo para remediar ciertas penurias ya que permitía en un período de tiempo muy corto, obtener ingresos que superaban ampliamente lo que su trabajo regular en la pesca, en la artesanía o en la agricultura, les hubiera redituado. Para otros, fue una fuente importante de ingresos ya que, al invertir en una embarcación, obtenían abundantes beneficios y barcos muy baratos para sus flotas comerciales, y para algunos más, fue un oficio al que se dedicaron a tiempo completo, a pesar de que muchos de los que a esta tarea se entregaron tuvieron que pagar el precio más alto.
A la acción de estos corsarios, casi siempre anónimos, y a sus gestas y sacrificios olvidados, deben Campeche y México entero que esta parte del territorio nacional, donde tantos combatieron y murieron, siga siendo parte indivisible de la República Mexicana.
Tampoco debemos olvidar a aquellos marinos y soldados de la lejana isla de Irlanda, que después de perder su patria salvaron la vida en el exilio y combatieron y murieron heroicamente al lado de los corsarios españoles en la defensa de Campeche.