Resumen: El año pasado, con mi amigo y antiguo profesor Robert Thurman, un conocido erudito indotibetano, visité Dharamsala, India, el hogar del Dalai Lama. Rodeados de monjes y de visitantes occidentes que buscaban alcanzar la felicidad a través de las enseñanzas y meditaciones orientales, de pronto me ocurrió que solo podía pensar en coleccionar arte. Llámenlo, si quieren, una enfermedad, un materialismo craso, una obsesión o pasión: hay muchos más como yo que tal vez nunca lleguemos a la iluminación espiritual, pero que seguiremos buscando nuestros grandes, o no tan grandes, objetos de arte que nos proporcionan un gozoso ámbito de meditación: el sentimiento trascedente que se alcanza frente a una auténtica obra maestra. El arte formó siempre parte de mi vida, pero en realidad yo no veía sus obras como objetivos coleccionables o inversiones, sino que simplemente fue otra parte de mi formación.

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