Resumen: En los últimos diez años, la preocupación por las condiciones de los viejos, en los aspectos sociales, jurídicos, económicos, culturales, geriátricos, etc., ha ido gradualmente aumentando, por parte de instituciones públicas y privadas, nacionales e internacionales, y de los propios selectos, pero ello no es todavía lo suficiente como para pensar en que ese grupo social, el que recibe cada día nuevos socios, haya alcanzado niveles de una vida digna.

Lo que sucede es que en México y en la gran mayoría de países del continente americano, con excepción otra vez de los E.E.U.U., la atención por la vejez y sus múltiples necesidades, había sido nula o mínima. Ni tampoco el propio sector interesado, había considerado su circunstancia de marginación familiar, social y política. Pero alguien despertó esa inconsciencia conformista o esa voluntad impotente para actuar por sí misma y en pro de los demás en similares o peores condiciones y se vislumbró, en palabras de Bioy Cásares, que “la próxima revolución, será la de los viejos”. Pero ésta no podría cumplirse –digo-, si los propios senescentes y presenescentes, no asumen el papel protagónico y dinámico que les concierne, lo cual tendría que abrir cada vez más la conciencia pública, hasta forzarla a respetar, primero, la investidura de la ancianidad, y luego proveerla de todo lo que necesita para subsistir y no para infrasubsistir.

Bibliografía: p. 163-165