Resumen: Por su remoto origen, por su concisa forma narrativa y por sus antecedentes - que hoy se antojan casi míticos - este séptimo cuaderno de transparencia comienza como un cuento clásico:
En el lejanísimo año de 1776, luego de un periodo convulso, un sacerdote sueco-finlandés que era diputado, economista, tabernero, hombre culto y viajero, Ander Chydenius, impulsó la primera ley de acceso a la información gubernamental de que el mundo tenga memoria: la "Ley para la libertad de prensa y el derecho de acceso a las actas públicas".
Era un producto del movimiento político liberal, comandado por Gustavo III, el mismo configuró una nueva constitución. En ella se reforzaba el papel del Riksdag (el parlamento), la discusión de los asuntos públicos - como la guerra- debía ser atraída al máximo órgano de representación y como corolario de todo, quedaba reducido para siempre el vetusto "comité secreto de los tres primeros estados".
Años después de la constitución, Chydenius y los suyo dieron un paso más allá: inspirado e impresionado por la experiencia China, quiso instaurar algo así como el buró de censura imperial, una institución de la dinastía Ching que se encargaba de vigilar cuidadosamente al gobierno y a sus funcionarios, de exhibir sus incompetencias, ineficiencias y prácticas de corrupción. La idea le pareció tan poderosa, tan necesaria y tan útil que Chydenius escribió: "si la constitución no lograra nada más, de todos modos nuestra nación cambiará con la acción de esta ley que ha nacido a su amparo".