Resumen: El lenguaje sonoro original de lo que hoy llamamos México prehispánico, vigoroso y de profundas raíces enlazadas a la cosmovisión de los antiguos pobladores de estas tierras, enfrentó un proceso de transfiguración en extremo arduo y complejo durante los casi tres siglos del virreinato español.
Es en esta coyuntura de la historia nacional, en la siempre paradoja fusión de dos mundos cada uno con su bagaje cultural y, en particular, vertientes musicales propias que se un irrepetible proceso sincrético, que ocurre la conjunción de la música hispánica del siglo XVI y el artesonoro de losa indígenas de la Cuenca de México.
Por parte de ambas facciones, los cantares y su tonadas melódicas, la danza y sus ritmos, el amplio rosario de instrumentos musicales y su peculiares tímbricas fueron, seguramente, balsámicos elementos de enlace y comunicación entre dos maneras de concebir el mundo esencialmente divergentes, mismas que por razones de imperialismo se veían en la necesidad de convivencia, mestizaje y regeneración. No fueron tiempos fáciles, a buen seguro, pero la música lengua universal, por si alguien lo ha olvidado fungió entonces cual misionera casi siempre justa y piadosa, hasta infiltrar cierta dulcedumbre a la espinosa transición de las divinidades mexicas a la teogonía cristiana, catolicismo que, en México como en Latinoamérica toda, se ornó mediante quiméricas santidades y seres milagrosos confeccionados con un poco de paganismo y otro tanto de cómplice religión oficializada.