Resumen: Confiado más a la inteligencia que al sentimiento, Julio Torri es el artista que ha procurado trabajar sin premura y con acierto, en una veta oportunamente remozada por la ironía. Todo lo toca impulsado por el afán de percibir a su alrededor el dibujo de los contrastes: la penumbra y el relámpago que en un mismo objeto conviven, el juicio intencionado que señala los polos de una afirmación, el apego a la maldad insinuada en contraposición con la misericordia que nace de lo ingenuo. Nunca varió su actitud ni ha convertido su prosa en un medio para buscar prosélitos a sus ideas. La sonrisa brotada del escepticismo, la persecución de la gracia, la burla ante el burgués propicio a la seriedad, la pasión por la apropiada cita literaria, el deleite de la palabra precisa que delata el repudio de lo vulgar, todo eso forma parte de sus textos. Afín al desconcierto cuando no al solaz de la extravagancia, suele fingir - según Alfonso Reyes - "fuegos de artificio con las llamas de la catástrofe".
Escritor castizo, amigo de la expresión clara, a menudo sus páginas aluden en lugar de definir y, siempre, la malicia rezume un espíritu allegado a la alegría y el gusto por la vida. En su pluma, dice José Luis Martínez, "la prosa no es un vehículo ambiguo para decirlo todo, sino un arte complejo en que pensamiento y estilo se equilibran para expresar las más sutiles emociones".