Resumen: En 1941, cuando Luis Ramírez Aznar iniciaba su carrera como reportero como corresponsal del Diario de Yucatán en la lejana población chiclera de Peto, habían transcurrido cien años de la aparición en Nueva York del libro de John L. Stephens, incidents of travel in Central America, Chiapas and Yucatan, que daba noticia al mundo de la existencia de cientos de ruinas a lo largo y ancho de la península de Yucatán, de lo que fueron bellísimas ciudades construidas por una de las culturas más sorprendentes de la antigüedad: la maya.
El chicle fue una industria próspera en la primera mitad de nuestro siglo, la extracción de la resina del árbol de zapote era, y sigue siendo, un trabajo duro, peligroso, y los mayas de ayer y hoy eran y son los encargados de realizarlo. Fueron ellos, los chicleros, los que mostraron al incipiente periodista Luis Ramírez los primeros montículos mayas que él vio en su vida, que devorados por la naturaleza, eran testimonios mudos de la grandeza de los mayas de ayer. Ramírez Aznar regresó a la ciudad de Mérida siete años después, pero la atmósfera absorbente que se vive y se siente en medio de la selva; el contacto cotidiano con esos adustos pobladores del Yucatán profundo de hoy y el misterio que encierran los vestigios mayas que aparecían por todas partes, marcaron, para siempre, al joven reportero, y descubrirían en él esa ingrata vocación que no lo abandonará nunca más en su vida: la de viajero.